Existen libros que se escriben una y otra vez. Andrés Trapiello, que lleva más de dos décadas publicando la novela de su vida, un acto insólito en nuestra literatura, ha escrito por tercera vez ‘Las armas y las letras’, uno de los pocos libros a los que se puede aplicar el calificativo de imprescindible sin posibilidad de hacerle daño, un libro clave para comprender nuestra última guerra civil.
Leí el primer capítulo de este nuevo libro con mi segunda edición al lado, en una doble e incómoda pantalla de papel, jugando a las siete diferencias. Fue suficiente para comprobar que hay muchas más, más obvias que el suave tacto del papel o sus cuidadas ilustraciones, más de cuatrocientas, casi tan importantes como las palabras.
‘Las armas y las letras’ es una “novela” de novelas protagonizada por centenares de escritores convertidos en personajes atrapados en una guerra. La mayoría se comporta como hombres superados por las circunstancias y unos pocos disfrutan la aventura de su vida. Hay héroes y villanos, justicieros y justos, rojos que se convierten en azules y hunos que se convierten en hotros (sic) por geográfico azar, líricos de palacio y poetas de trinchera.
Alberti, Bergamín (sentado) y Altolaguirre durante la Guerra Civil
¿Cómo leer igual a Alberti que a Miguel Hernández después de este ensayo de Trapiello? Mal que le pese a Prado, que quiere hacer de un color compartido por ambos una mala defensa. Hay escritores asustados y también escritores que dan miedo, mucho miedo. “Con los comunistas hasta la muerte. Ni un paso más”, escribió en alguna parte el inteligente y aterrador Bergamín, capaz de matar con la palabra. Otros, como Pedro Luis Gálvez, se paseaban con un pistolón al cinto.
“Las verdaderas “novelas” de la Guerra Civil son las memorias, los diarios, los ensayos, los libros de historia. El estatuto de verdad lo encontramos en esta clase de escritos, en tanto descubrimos que la mayor parte de la ficción que se ha escrito sobre la Guerra Civil es sólo eso: una pobre ficción que trata de apuntalar “ideas” y justificar “actos”, o sea, propaganda bajo el siempre aparatoso estandarte de la filosofía de la historia”.
Carlos Morla Lynch y Federico García Lorca
Entre esas “verdaderas novelas” están los diarios del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, el gran descubrimiento de esta nueva edición. Lynch salvó a centenares de hombres atrapados en el Madrid republicano. Sus diarios son uno de esos libros que Trapiello ha rescatado para despertar nuestro deseo de leer más sobre una guerra de la que nunca sabremos demasiado.
Si muchos escritores aparecen en varios capítulos, sólo uno tiene su propio espacio. Manuel Azaña, “escritor sin lectores” como le definió Unamuno, es para Trapiello “el personaje más hondamente tolstoiano de aquellos tres sangrientos años de guerra”. Hombre con miedo, Azaña se refugió en unos diarios también imprescindibles. Quizá por eso Trapiello comprenda mejor que otros al presidente destronado. Sabe muy bien que “un escritor de diarios es un seductor fracasado. Seduce a muertos”.
13/7/10