Leemos a Kafka gracias a una traición. Para eso están los amigos: para llevarnos la contraria, vivos o muertos. Sin Max Brod, nunca habríamos conocido ‘El castillo’ o ‘El proceso’. Antes de morir, Kafka le pidió a su mejor amigo que quemase sus manuscritos inacabados pero Brod no lo hizo.
Cuando los nazis invadieron Checoslovaquia, Brod huyó de Praga con una maleta kafkiana. Nadie se fijó en él o en su maleta durante años. En 1968, Brod falleció y legó la maleta a su secretaria y amante Esther Hoffe. El vínculo de la amistad se rompió y Hoffe comenzó una subasta al mejor postor.
Lo que Hoffe no vendió se guardaba en 4 cajas fuertes de un banco de Zurich. Hasta hoy. Esta mañana las cuatro cajas se han abierto después de que la Justicia israelí ordenase un inventario del legado, un tesoro literario del que el Estado de Israel se considera legítimo heredero.
En las cuatro cajas fuertes se encierran miles de palabras escondidas en relatos, cartas de amor y, quién sabe, quizá una nueva novela. En esos textos inéditos caben todas las palabras del alemán en el que escribió Kafka. Todas excepto una: kafkiana, auténtico legado de este escritor único.
19/7/10
Pd. (30/4/14): «Kafka, lejos de lo que se piensa, fue un personaje integrado en la sociedad» escribe Fernando Bermejo en ‘Frank Kafka, una biografía decisiva‘, una ambiciosa reseña de ‘Kafka. Los años de las decisiones‘, de Reiner Stach, publicado en Revista de Libros. No la dejéis escapar.
Pd. 2 (14/5/14): Kafka tambien dibujaba… y destruía sus dibujos. He encontrado a estos tres veloces corredores en este artículo de Luis Barreto sobre los dibujos del escritor.