Recuerdo a Panero tumbado en un banco de Moncloa, mendigo sin versos. La botella medio vacía, la ropa sucia, la mirada perdida. Recuerdo a Panero como un niño travieso, jugando con una lata vacía de esa Coca Cola que se había convertido en su sangre, mientras Sánchez Dragó le llamaba al orden en ‘Negro sobre blanco’. Recuerdo a Panero en las conversaciones apasionadas con mi amigo Edu, en la barra de cinz de algún bar de Malasaña. Pensábamos que era el más genial de todos los poetas, hasta que tuvimos que admitir que sí, que estaba tan roto que ya no podía escribir un gran poema.
Recuerdo a Panero en la tertulia que creó Javier Sardá en ‘La ventana’, en la que un puñado de locos cuestionaban con sus certezas nuestra lucidez. Fue la primera vez que escuché su voz oscura, ronca de tanto fumar y beber. Recuerdo a Panero en ‘El desencanto’, ese documental de terror que tantas veces me han contado y siempre me ha dado miedo ver. Ese retrato de la familia Panero que quizá lo explique todo o tal vez no explique nada. Y en la que leo ahora, en la noticia de su muerte, el poeta dice: “En la infancia vivimos, después sobrevivimos”. Recuerdo que una vez compré una antología de su hermano Juan Luis y pensé que había sido un error.
Dicen hoy sus editores que “era todo ternura”, pero debió ser imposible vivir con él, estar con él, ser él. Hoy, cuando ya no compramos libros porque no tenemos espacio, cuando en las librerías los juguetes de Lego ocupan más espacio que la sección de poesía; hoy, cuando reconocemos que el poeta tenía razón, que era España la que estaba loca, los versos de Leopoldo María Panero vuelan en Twitter como estrellas fugaces. Lloraremos su muerte los que apenas le leímos, Carlos del Amor le hará una pieza y, tal vez, en alguna televisión privada se atrevan a hacer unas colas con imágenes robadas de Youtube. Admitiremos, en fin, en voz baja, que no estaba loco cuando nos avisó que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño.
‘Poesía Completa. 1970-2000’. Leopoldo María Panero. Editorial Visor. Madrid, 2001. 592 páginas, 15 euros.
‘El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero’. J. Benito Fernández. Editorial Tusquets. Barcelona, 1999. 408 páginas, 8,95 euros.
Pd.: De todos los obituarios veloces que he leído esta mañana el que más me ha gustado es el que Manuel Llorente ha publicado en El Mundo con su título grito: ‘¡No me abandonéis, no me abandonéis!‘. Podéis leerlo pinchando aquí.
Pd 2: En esta tele privada no hicieron colas. Afortunadamente, me equivoqué. Gracias @TxemiTerroso y @sotosinmas.
Pd. 3 (7/3/14): Hoy, Joaquín Araújo recuerda su amistad con el poeta, que se forjó en los años decisivos de la adoslescencia y primera juventud. «No sé si debería escribir todo lo que de él recuerdo algún día» dice Araújo en un hermoso artículo en el que recuerda los años vitales que compartieron juntos en el Liceo Italiano, cuando Araújo tenía 15 años y Panero 14. Podéis leerlo pinchando aquí.
A alguien le he leído estos días que Leopoldo María Panero lo había perdido todo menos la razón. Estaba enfermo de lucidez, de verlo todo demasiado claro. Era un gran poeta, un maldito sin imposturas, el único y el último maldito maldecido de nuestro tiempo. Pertenecía a un clan familiar enfermo, de tronco podrido, con todas sus ramas tocadas por la ventolera de la poesía. Para mí, en su clasicismo, ninguno tan grande como el viejo Leopoldo, el padre, cuyo «Escrito a cada instante» es prodigioso. Pero hoy toca llorar, aunque sea con lágrimas de mentira, al último de la saga, a Leopoldo María, un genio tan precoz como Mozart, que lo sabía. Y que sabía que vivir es vivir para nada: un largo camino hacia ninguna parte. Ya llegó.
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