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La soledad de los números primos


Una polaroid descolorida, unos zapatos blancos de tacón, un parque que siempre tendrá una sombra de condena, la cicatriz de un tatuaje adolescente… la vida se reduce a un puñado de recuerdos que nos eligen. Todos con su sentimiento particular.

Si el amor es una compleja fórmula de física y química, Paolo Giordano ha convertido la soledad en una serie matemática, una secuencia mucho más azarosa que las simples sumas y restas del día a día.

“A Mattia le gusta contar, arrancar del 1 y seguir contando según progresiones complejas que a menudo inventaba sobre la marcha. Se dejaba arrastrar por los números con la impresión de conocerlos uno por uno”.

Mattia y Alice se aman pero entre ambos hay un abismo de silencios, una barrera invisible como la que separa las parejas de números primos. Con sus encuentros y desencuentros, Giordano, un físico de 26 años, ha construido una historia inolvidable.

Lo admito, abrí ‘La soledad de los números primos  con mi natural desconfianza hacia los best sellers. Pero pasadas las primeras 50 páginas, el paralelo imaginario que Cortázar establecía para saber si un libro era nuestro o no, mi desconfianza se transformó en la adicción de un yonqui.

Para los que creéis que la calidad y la cantidad son sinónimos: Giordano ha vendido más de un millón de libros en Italia. Para los que desconfiáis: su novela ha ganado el premio Strega, el mismo que ganó Lampedusa por ‘El Gatopardo’ o Magris por ‘Microcosmos. Para no dejar de hablar de números: 2 obras maestras.

“Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos. Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos más separados entre sí. Son números solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia”.

Hay algo muy oscuro en este matemático que se autocondena a ser infeliz, que siente más amor por los números que por sí mismo. Una advertencia para los viciosos de la tristeza que no quieran verse reflejados en un espejo de palabras, muertos de miedo.

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