Juan Marsé ha ganado el Cervantes. Me alegro. Es una pasta. En la primera de elmundo.es, Marsé posa delante de una estantería blanca, donde las fotos tapan los libros. Bueno, la verdad es que no hay muchos libros, pero sí dos retratos que roban la atención a la narizota de Marsé (siempre me fijo en las narizotas que anticipan el expansivo futuro de mi napia).

Separados por sólo una fina tabla de madera, a menos de cinco centímetros de distancia, conviven el joven Stevenson y el viejo Valle-Inclán. Caprichos del tiempo amarillo, que rompe la línea recta y no respeta las fechas entre paréntesis. Ahí están, en el estudio del escritor, dos estampitas del reino de las letras.

Stevenson cruza los brazos y mira al infinito. No hay ni rastro de la tuberculosis y sí la mirada del aventurero que huirá de lo establecido con su amada a una isla del Pacífico. Ya suena en su cabeza la canción del ron de sus piratas sin tesoro.

Al lado, el viejo Valle, falso marqués de infinita barba blanca. Serio, retador, duelista, muestra su mano de marfil mientras oculta su brazo perdido. Sin sus botines blancos de piqué. O con ellos, porque la foto le corta el cuerpo por la mitad. Los detalles del dandy se quedan para la portada del libro de Umbral.

Intento encontrar a Valle y a Stevenson en mi recuerdo de Marsé. Y como me cuesta creo en Google dos nuevos escritores: Juan Marsé Valle y Juan Stevenson Marsé. Y es el propio escritor, con Vila-Matas como entrevistador excepcional, el que contesta.

De Marsé me queda mucho, muchísimo por leer. Pero en el cajón de sastre, y desastre, de mi memoria vive todavía el ambicioso sueño de amor del ‘Pijoaparte’ de Las últimas tardes con Teresa. Vale la pena. Vale 120.000 euros y mucho más.

Pd. (27/2/2013) Os dejo la entrevista de Eugenia Ibáñez a Juan Marsé publicada en lamentable.org con motivo del 80 aniversario del escritor